Ahora, claro, ya no hay asesinos persiguiendo a los vidrieros y los únicos faraones que quedan son las momias, esas que siempre se escapan de los museos para hacer películas. Pero todavía hoy, cinco mil años después de inventado, el vidrio se sigue haciendo a partir de la misma materia prima. ¿Sabes cuál es? La arena, pero no la de la playa o de los ríos, sino otra que se encuentra en minas, o mejor dicho, en canteras y que cuando está bien limpia es casi puro sílice.
Hacer el vidrio es en realidad casi tan sencillo como preparar una torta, y la receta es más o menos así: a una medida de la arena esa se le añade un par de cucharadas de feldespato, es el nombre que le dan por ahí al óxido de aluminio, otra de piedra caliza y una de carbonato de soda. Luego se le agregan “al gusto”, según el tipo y color de vidrio que se quiera, unas cucharaditas de otros elementos naturales.
Y es que todos estos materiales, a través de un sistema de pesado y mezclado automático, pasa luego al horno con un candelero tan grande que hasta la arena misma se derrite como si fuese mantequilla. Tanto, que cuando la temperatura llega al máximo (imagínate: 1.500º C) toda la mezcla, se junta y se va formando el vidrio, pero un vidrio líquido, rojo como el fuego.
Cuando el vidrio ya está todo fundido, se le elimina cualquier impureza y hasta las burbujitas de aire que pueda tener, para que sea resistente y no se rompa. Luego, por medio de canales llamados alimentadores entra a la máquina de formación de envases.
Lo primero que hace la máquina formadora es tomar gotas del "vidrio líquido" y ponerlas en el molde que corresponde. Y así, con gotas grandes o pequeñas, con color o transparentes, se le puede dar todas las formas tamaños que uno pueda imaginar: desde frasquitos de perfume hasta botellas muy grandes y sofisticadas, sin importar que sean cilíndricos, redondos, cuadrados o hasta triangulares si se quiere. Lo único que varía es el procedimiento; si se va a hacer por ejemplo una botella de refresco que es de boca estrecha, la máquina formadora le hace al vidrio un doble soplado dentro del molde.
Si se trata en cambio de un envase de compota que tiene la boca ancha, entonces el vidrio es prensado y luego soplado.
De esta manera, gota a gota, una sola máquina formadora es capaz de hacer tantas botellas y con tal rapidez, que ella solita le habría ganado a todos los “soplones” de Venecia juntos.
Como el vidrio recién fundido no se puede enfriar de golpe, los envases son llevados de allí a un horno de recocimiento.
Y así, con una temperatura más bajita, se cocinan otra vez y luego se van enfriando hasta que el clima no las afecta.
Eso sí, botella que no esté pilas, se queda de año. Porque enseguida les toca presentar examen en una máquina electrónica, y envase que tenga una fallita ¡pierde el año! La máquina no perdona ni admite excusa; que si tiene la barriga inflada o le faltó carbonato… El que no tenga defectos sigue, y el que sí, le toca repetir desde el comienzo.
O sea, que le toca reciclarse. ¿Tú sabes qué es eso? Lee la siguiente sección y aprenderás más.