Barcelona vs. Emelec: 70 años antes, 70 años después

por Fernando Astudillo

Hitler, prepotente aún, insistía en que la victoria alemana era posible.

Era un domingo. Ese 22 de agosto de 1943, Düsseldorf y Leverkusen recibían el terror desde el cielo. A estas ciudades alemanas les llovían bombas aliadas.

La Segunda Guerra Mundial vomitaba jornadas llenas de sangre y el destino del temible dictador había cambiado de días y años de victoria, a días y años por venir de brutales realidades de derrota.

Guayaquil y el mundo entero se informaban diariamente de cómo la visión de un hombre cambiaba el destino de la humanidad.

Era domingo. Y las realidades de la guerra, seguidas con intensidad en los diarios de Guayaquil o en los noticieros que se proyectaban en blanco y negro en los cines locales antes de las películas, formaban parte de la cotidianidad informativa de una ciudad que no superaba los 250 mil habitantes y a la que el servicio de agua potable solo le llegaba 11 de las 24 horas del día.

Era domingo. En realidad, uno diferente, aunque ni la prensa ni los propios ciudadanos sabían que esa mañana de verano, en el límite oeste de la ciudad, se iba a realizar un encuentro de fútbol que marcaría el inicio de una pasión legendaria para el Ecuador que ya lleva 70 años de historia.

Barcelona y Emelec o Emelec y Barcelona se enfrentaron por primera vez ese domingo 22 de agosto de 1943. La cancha: el estadio Guayaquil. Allí mismo, con las obvias variantes, donde hoy queda el Ramón Unamuno.

No había titulares a seis columnas en los diarios. No había banderas amarillas ni azules de venta en las esquinas. Tampoco las radios inundaban con la previa y el análisis de cómo alinearían los equipos. Ese Barcelona-Emelec no se llamaba Clásico. Aún faltaban algunos años para que el pueblo, por sí solo, lo catapultara a la categoría de partido símbolo. De juego único. De duelo mítico. En ese momento era solo el preliminar de la jornada de fútbol que ese día iniciaba el campeonato de serie superior de la Federación Deportiva del Guayas y que enfrentaba a dos equipos paridos en la misma barriada: El Astillero.

¿Cómo era el Guayaquil del 22 de agosto de 1943? ¿Cómo era aquel año esa ciudad-puerto que llamaba carabineros a los policías y que apenas hacía 21 años había recibido sus primeros buses para transportar a su creciente población?

El domingo en que Barcelona venció a Emelec 4-3, Guayaquil ofrecía una de sus tradicionales diversiones dominicales: el cine. El Edén, 9 de Octubre, Parisiana, Bolívar, Colón, Victoria, Odeón, eran algunos de los lugares donde aquel día se podía disfrutar de la ternura de Dumbo, la oferta hollywoodense de “Fugitivos del destino”, con Norma Shearer y Robert Taylor, o el romance argentino de “Cuando canta el corazón”, con Hugo del Carril.

Ese domingo, en el que José Jiménez Viejó marcó el gol de la victoria para Barcelona faltando tres minutos para el final, era un domingo como muchos en los que los guayaquileños se volcaban al American Park, la zona de diversión de la ciudad. Allí, al pie del estero Salado, donde hoy es la plaza Rodolfo Baquerizo, que lleva ese nombre en honor a su creador, podía ubicarse un circo, ser el centro de los bailes más importantes, de la pelea de box del momento o hasta de una corrida de toros.

Aquel domingo, en que las crónicas dicen que el partido de fondo entre Panamá y Estrella fue un terrible fiasco, en que las descripciones de la jornada completa variaban de mala a incolora o insuficiente y con “nada técnica”, el titular de primera página de El Universo traía a la mesa la realidad del poder del hombre que inauguró el populismo ilustrado en Ecuador: “A pedido de Cámara joven, Canciller dirá si existe o no prohibición para que Doctor Velasco vuelva al país”.

Era el Ecuador de 1943, desde ya con la sombra de José María Velasco Ibarra a cuestas, que luego crecería para regir por cuatro décadas el vaivén político de un país tradicionalmente caótico. Era el país de la inestabilidad del gobierno de Carlos Alberto Arroyo del Río, centro de las acusaciones por la firma del Protocolo de Río de Janeiro, para muchos, un fracaso diplomático y una entrega terrible de la territorialidad ecuatoriana al Perú.

Era un domingo de 1943, ese en que “Arias, en una salida de muchacho de escuela, permitió que Barcelona obtuviera el tanto de la victoria” -como dice El Telégrafo en su edición del 23 de agosto en referencia al arquero de Emelec- que refleja, 70 años después, que en el Ecuador hay cosas inamovibles. Que repite sus historias, como una pesadilla cíclica, con diversos titulares: “¿Por qué está caro el pescado?”, pregunta uno. “El alza del precio de la carne”, informa otro, con un agregado contundente: un “verdadero escándalo”. Es el mismo Ecuador, con las angustias de su economía volátil. Con los reclamos de listas de precios oficiales que no se cumplen. Con el coraje por la especulación que no se controla.

Era, en definitiva, un domingo distinto, en una ciudad ingenua en la que su Intendente General hablaba de “entablar una campaña de moralidad, de dar paz y tranquilidad a las familias honorables”. Para ello, ofrecía acabar con los prostíbulos y los garitos (así se llamaba a las casas de juego ilegales). Las crónicas cuentan de la captura de aquellos tahúres con sus implementos de juego: dados, naipes y fichas.

Ese domingo 22 de agosto de 1943, el estadio Guayaquil, al pie del estero, en una zona denominada Puerto Duarte, fue el destino de jugadores y aficionados. Un destino al que se tenía que llegar atravesando una trocha en medio del monte.

En aquella cancha de tierra, que luego se transformaba en lodo y que una vez más volvía a ser tierra seca y áspera por el despiadado sol de Guayaquil. En ese escenario, donde hace 70 años había cercas de caña y hoy hay mallas de metal. Allí, en ese terreno difícil, los Arias, Roura, Alvarado, Sánchez, Martínez, Moreira, Morejón, Nevárez, Cabrera, Salazar, Silva; los Icaza, Borjás, Jordán, Rojas, León, Muñoz, Murillo, Villalta, Jiménez, Alvarado y García iniciaron un camino que está inevitablemente envuelto en pasión. Que está enredado en una espiral de adrenalina y deseo de victoria. Que inapelablemente se volvió Clásico. Y leyenda.


Fuentes:
Entrevistas a Ricardo Vasconcellos Rosado, historiador deportivo, autor del libro “Historia del fútbol guayaquileño”, y Alberto Sánchez Varas, historiador miembro de la Academia Nacional de Historia; Archivo histórico de El Universo; Archivo Histórico de la Biblioteca Municipal, colección de El Telégrafo y La Prensa; libros “La transportación urbana en Guayaquil, Realidad y prospectiva”, de Graciela García de Véliz y Gaitán Villavicencio Loor, Ildis, 1993; y “La crisis del abastecimiento de agua en Guayaquil”, de Erik Swyngedow y Andrew Bovarnick, Ildis, 1994.