Yo: Trabajador sexual
Entre la necesidad y el placer
Andrés sueña como cualquier otro joven de su edad. Sueña en ser médico, especializarse en oncología y estudiar en el exterior. Y mientras sueña, estudia y vende su cuerpo.
Su nombre no es real. Es uno con el que le gusta que lo llamen desde hace seis años, cuando a los 21 comenzó a ofrecer su cuerpo a cambio de dinero para sustentar sus estudios y sus gastos personales.
Llega con un crucifijo que le cuelga en el pecho. Entrelaza sus manos y esquiva un poco la mirada. Ahora tiene 27 años y cuenta que no le incomoda ni siente que sea malo trabajar ofertando placer a parejas de esposos, novios y mujeres solteras, pues no lastima ni perjudica a nadie. “Malo sería robar”, sentencia.
Ahora, en el momento del recuerdo, Andrés viaja al 2007, cuando por primera vez vendió su cuerpo. Estaba nervioso luego de pactar un encuentro que llegó en forma de llamada a su celular, cuando recibía clases en la universidad. Una pareja que residía en Milagro se decidió a contratarlo. Había visto un anuncio que publicó en una página web donde ofrecía sus servicios.
Así como Andrés, el servicio de prostitución masculina es una realidad en el Ecuador, que se oferta en páginas webs y redes sociales como Twitter y Facebook. A veces, el enganche es publicar en páginas de grupos de Swingers (personas que deciden intercambiar parejas sexualmente). Otras, son simples anuncios con seudónimos y números de teléfonos para contactar.
“Sinceramente, nunca pensé que me llamarían, me mataban los nervios”, cuenta Andrés. Luego, continúa su historia, como si no quisiera dejar salir las palabras. Tiene la voz temblorosa. “Me citaron en un hotel del centro de Guayaquil, era una pareja de esposos, tenían dos hijos y de lo poco que llegué a conocerlos pude ver que eran buenas personas”, recuerda sobre sus primeros clientes, que le pidieron hacer un trío. Ella tenía 19 años; él, 35.
Trabajar vendiendo el cuerpo ofrece historias raras. Andrés ha vivido sustos, pedidos extraños, pero cuando él siente que algo le desagrada, saca a flote sus propias reglas, con las que convive en esta profesión: cero besos ni relaciones homosexuales.
“Poco a poco fui perdiendo el miedo y luego de recibir las primeras llamadas que llegaban por las referencias que otras parejas hacían de mí, fui adquiriendo más clientes”, asegura Andrés, quien dice que llegó a este oficio por comentarios de un amigo que decía que los ingresos eran buenos. Para él, lo que hace es mitad por necesidad, mitad por placer.
Ingresos
Andrés dice que en una “semana buena” puede llegar a ganar desde 360 hasta 700 dólares o más, pero depende de los contratos que tenga y cuántos días trabaje. Su tarifa por hora es de 40 dólares y cada encuentro sexual puede durar desde una hora hasta madrugadas enteras, puesto que las personas que lo contactan, por lo general, tienen alto poder adquisitivo. “Los días en que más trabajo son los martes, viernes y sábados, aunque últimamente estoy asistiendo donde una pareja que me contrata todos los domingos”.
Rarezas, pero también miedos. Andrés los enfrenta en sus sesiones. Uno de esos es encontrarse con gente conocida. Dice que una vez se encontró con una joven que trabajaba en un bar de la universidad, “Ella era la amante del hombre que me contrató y cuando me vio salió corriendo hacia al baño de la habitación, luego de eso me retiré”. Él cuenta que una vez en la universidad, la joven evitó verlo un par de veces y luego dejó de trabajar en el bar.
Otra situación que debe enfrentar es la intensidad del encuentro. “Hay parejas que desean ir al grano y otras no”. Andrés explica que hay quienes prefieren ir a tomarse unos tragos, luego a bailar y de ahí retirarse a un hotel o motel, que es donde más se realizan sus encuentros. También hay quienes lo han llamado directamente desde sus casas u oficinas para empezar sin ningún tipo de preámbulo.
Doble vida para cumplir un sueño
Como cualquier estudiante universitario, Andrés se levanta a las 05:00 todos los días, se baña, desayuna algo rápido y sale a utilizar la Metrovía, para estar a las siete en punto recibiendo clases en cuarto año de Medicina. Sus estudios son sagrados, por eso nunca sale de clases para asistir a un encuentro. La ventaja, señala, es que la mayoría de estos se dan por las noches.
Vive con sus dos hermanas, que son divorciadas, en una casa ubicada al norte de Guayaquil. Ellas ignoran su actividad. “Las únicas personas que conocen lo que hago son una ex, con la cual tuve una relación de un año y ahora es mi mejor amiga, y mi amigo de la universidad”, menciona Andrés. Él considera que sus hermanas son personas de mente abierta, pero confiesa que le daría temor que se enteren, más que nada, porque no quisiera causarles dolor.
¿Por qué prostituirse? Según Andrés, que trabaja en el área de quirófano como ayudante en un hospital público, la muerte de sus padres fue lo más duro que soportó tanto en lo emocional como en lo económico.
Su padre murió atropellado en el 2010 y luego de haberse quedado sin el sustento del hogar, al año siguiente perdió a su madre por un cáncer de vejiga. Este fue el golpe más duro. Ahora, el recuerdo de su madre es la motivación para estudiar oncología. Ansía curar a otros de la enfermedad de la que ella no se pudo salvar.