| 1 de enero del 2010

Gracias a los altos precios del petróleo y a la numerosa presencia de intelectuales en este Gobierno, la inversión cultural del régimen ha sido, sin duda, significativa. Aun así, cabe la pregunta: ¿Hasta qué punto la Revolución Ciudadana ha contribuido, de manera particular en el 2009, a sentar las bases de una nueva cultura? La respuesta seguramente solo la conoceremos luego de un tiempo. Procesos de esta naturaleza no maduran de la noche a la mañana. Por el momento, cabe anotar eso sí que la muerte de quien quizás fue el escritor más influyente y reconocido de las últimas décadas, Jorge Enrique Adoum, se produjo en un momento en que decenas de nuevos artistas, escritores, músicos e intelectuales jóvenes pugnan por emerger. Todos advierten, sin embargo, el mismo obstáculo: no existe un público lo suficientemente amplio que demande productos culturales. Hay que formarlo, educarlo, interesarlo en lo que nuestros intelectuales están haciendo y experimentando. ¿Se lo puede hacer desde el Gobierno y el Estado -y no desde la iniciativa privada-como propone la Revolución Ciudadana? Y más importante aún, ¿se lo puede hacer desde un Gobierno que ha hecho de la publicidad política y la diatriba personal su principal forma de comunicación? Cualquiera hubiera esperado que la oposición en las calles contra el gobierno de Rafael Correa estuviese encabezada por la derecha, los empresarios o, en caso extremo, por los militares. Si hace tres años alguien hubiese profetizado que los grandes contradictores de Rafael Correa serían los maestros de la UNE o los indígenas de la Conaie, muchos habrían sonreído. Sorpresas que da la vida, cabría repetir. Pero eso fue precisamente lo que ocurrió. De repente, las calles se llenaron de docentes que se consideraron traicionados por su presidente de izquierda. El Gobierno argumentó, no sin razón, que detrás de ese descontento se escondía el activismo político del MPD, su antiguo aliado. Pero recordemos que la izquierda siempre se quejó de que la derecha, cuando estuvo en el poder, utilizase el argumento de la influencia comunista para explicar hasta la más mínima demostración de protesta. Sería injusto, por supuesto, acusar a Alianza PAIS de no haberse preocupado del salario de los maestros o los trabajadores en general, pero el Gobierno reconoció que había un trasfondo social profundo en las quejas de grupos afines, al adoptar o anunciar con insistencia toda suerte de medidas destinadas a paliar las dificultades de los asalariados, como fue el caso sobre todo de la entrega mensual de los fondos de reserva.